Algunas veces no me acuerdo de
aquel día; Aunque debería fijarme en los hechos que sucedieron en aquel preciso
instante.
Era verano, y yo acababa de
terminar las clases, no tenía que regresar a la escuela hasta pasados tres
meses. Me habían puesto algunos deberes, pero como era normal, los dejaba para
principios de agosto. Lo primero que hice tras salir del colegio fue entrar
rápidamente en casa mientras dejaba mi mochila cargada de carpetas y libretas
en mi cuarto. Acto seguido me lancé sobre el sofá de un solo salto. Mis padres,
como era costumbre, me preguntaban como había ido todo, que haría durante las
vacaciones, dónde quería ir… Pero a mí me daba igual, pensaba seguir haciendo
el vago hasta pasadas como mínimo dos semanas enteras. Y así fue, dos semanas y
otra mas haciendo el vago. Hasta que mi padre me dijo:
-Me habías dicho que empezarías a
hacer deberes a principios de agosto y ya estamos a día 20. ¿Cómo puede ser que
sigas incrustado en el sofá y no hayas hecho nada de lo que prometiste?
A lo que yo respondí:
-No te preocupes. Solo estoy
acumulando energía para el inicio (cosa que realmente ni me había planteado).
Seguidamente vi como mi padre se desvanecía entre las sombras del pasillo sin decir frase alguna.
Ni siquiera tras una semana
después del pequeño intercambio de frases entre mi padre y yo, había empezado a
hacer nada. Mis padres ya se estaban cansandos de mi extrema vagancia y
decidieron suprimir lo que ellos llamaban “mis privilegios”. Primero dejarme
sin viaje de vacaciones; Después quitarme mis ahorros; Y así sin parar.
Ya me había cansado, faltaba poco
para volver a empezar las clases y aún no había escrito ni una letra. Así que
di un golpe sobre la mesa acompañado por la frase:
-Lo conseguiré; ¡Si las cosas que
ni me planteo me salen bien, involucrándome me saldrán mejor!
Y a partir de ese día no volví a
ser el mismo. Mis padres y mis compañeros lo veían y lo notaban. Este cambio a
positivo en mi trabajo se vio reflejado en mis deberes, estudios, obligaciones
y relaciones. Las notas del curso siguiente fueron increíblemente altas, todo el
profesorado quedó atónito ante mi cambio. Pasaron los años y lo que antes para
mí era un esfuerzo sobrehumano, fue tan fácil como montar en bici. Terminé la
ESO con buenas notas y fui al instituto, que significó para mí otro nivel de
esfuerzo, por lo tanto me lo curré aún más. Me costó, pero al final alcancé mi
meta; llegar a la universidad. Allí estudié arquitectura, cosa que se me dio
muy bien y me resulto de lo más divertido y apasionante. Ahora sigo estudiando
y aún recuerdo aquellas conversaciones y consejos que me daba mi padre cuando
era un adolescente en plena efervescencia. Él siempre me decía:
-La gente cree que estoy
equivocado, pero a la larga siempre llevo la razón. Estudia y trabaja mucho,
pero siempre debes ser una buena persona, y sé que tú puedes llegar muy lejos”.
Actualmente no puedo hacer otra
cosa que darle la razón y agradecerle todo lo que me dijo.
Daniel Vives Trujillo
Daniel Vives Trujillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario